Breve introducción al blog
¡Hola vividores!
Podéis llamarme Rodre. En realidad mi nombre es compuesto, pero no me gusta tener nombre de virgen (aún así queda chulo decir "L.A. yeah, that's my second name")
Nací para conocer. Se conoce mediante la experiencia y ésta te la da la vida. En resumen, nací para vivir. Pero hay muchas maneras de hacerlo y a mí me gusta viajar, la fotografía y las galletas, es lo que hay.
Soy un bípedo implume y le busco lógica a todo, pero mas bien mi mente lo centrifuga todo hasta hacer que pierda sentido. Una locura.
Tengo otro blog, el de "Hoy me siento feliz" pero este es diferente. Es mucho más personal, es posible que ya te hayas dado cuenta de que desvarío, puede ser que sea porque estoy un poco loca.
¡Espero que disfrutéis! :)
viernes, 11 de enero de 2013
Érase una vez una muñeca
Un rayo de sol acarició la suave piel de porcelana. Hacía tanto que esto no ocurría, que nadie rebuscaba entre el polvo viejo del armario que de haber podido habría sentido una gran alegría y en su cara se hubiera mostrado una facción de sorpresa, y de sus labios color rosita se hubiera escapado un delicado "¡oh!" con el que expresar todo esto. Sin embargo no podía hacer nada de esto puesto que se trataba de una muñeca, y es bien conocido que los muñecos no sienten, que son sólo objetos.
La niña había recorrido tantas y tantas veces la casa que presumía de sabérsela de memoria, de no tener un único rincón en el que ella no hubiera investigado, por eso se asombró tanto al descubrir una portezuela del mismo color de la pared sobre la estantería en la que descansaban los libros de todo tipo que acumulaban el peso de las raídas tapas de cartón tras tanto tiempo. Y cuál fue su sorpresa al, conseguir abrir la puerta tras un crujido de la madera, verse deslumbrada por sus secretos, entre ellos una cara bonita que mostraba una expresión constante e indescifrable para las personas. Había estado tanto tiempo encerrada que los ojos de vidrio no brillaban por la gruesa capa de polvo, y de su vestidito que en su día había sido de un terciopelo aguamarina con los detalles bordados en delicado hilo dorado ahora sólo quedaban los jirones de lo que las polillas aún no habían tenido tiempo para sacar partido.
Sin pensárselo demasiado, sacó la muñeca de su escondite y, no sin esfuerzo, consiguió bajarlas a las dos de ahí arriba sanas y salvas. La niña cogió un trapito y le limpió todo el cuerpo, le buscó un traje nuevo, decidiendo que el que llevaba era bonito pero estaba muy desgastado y hacía que la muñeca luciera triste y le puso en su lugar un alegre vestido de flores de colores y le cepilló el pelo, alisando los rubios ricitos deshechos que solía tener. La invitó a tomar el té y la acunó con ternura como a todos sus muñecos antes de irse a la cama. De haber podido, la muñeca se hubiera sentido realmente agradecida y le hubiera dado las gracias y le hubiera deseado dulces sueños con una sonrisa muy dulce con la que la niña podría haberse sentido protegida.
Desde aquél momento la niña compartió sus risas y sus lágrimas con la muñeca, abrazándose a ella en las noches de tormenta y presumía de ella, orgullosa frente a sus amigas. Pero la muñeca no podía sentir pena cuando la niña lloraba o reía, ni podía devolverle el abrazo tras los temibles rayos y truenos que no escuchaba, ni podía presumir de dueña frente a los demás juguetes, porque desgraciadamente, la muñeca era una muñeca, y no podía sentir nada, y de haber podido seguramente se hubiera sentido muy alegre por su dueña y al mismo tiempo muy triste por no haber podido sentir ni hacer nada. Pero desgraciadamente no podía hacer nada de esto puesto que se trataba de una muñeca, y es bien conocido que los muñecos no sienten, que son sólo objetos.
Y de haber podido, la muñeca hubiera visto cómo las marcas en el marco de la puerta se elevaban muy despacito a medida que la niña crecía y empezaba a perder el interés, muy poquito a poco en todos sus muñecos, centrándose ahora en recibir el ansiado tratamiento de "mujercita" y no de "niña". Y a lo mejor se hubiera sentido triste el día en el que la niña decidió que la muñeca ocupaba un lugar en la cama que tal vez no le correspondía, y hubiera rogado y llorado y pataleado cuando la niña -ahora mujercita- la metió en el baúl con todas sus cosas viejas. Sin embargo la muñeca no se sentía triste, ni podía llorar ni patalear porque, quizás, afortunadamente era una muñeca y es bien conocido que los muñecos no sienten, que son sólo objetos.
La niña había recorrido tantas y tantas veces la casa que presumía de sabérsela de memoria, de no tener un único rincón en el que ella no hubiera investigado, por eso se asombró tanto al descubrir una portezuela del mismo color de la pared sobre la estantería en la que descansaban los libros de todo tipo que acumulaban el peso de las raídas tapas de cartón tras tanto tiempo. Y cuál fue su sorpresa al, conseguir abrir la puerta tras un crujido de la madera, verse deslumbrada por sus secretos, entre ellos una cara bonita que mostraba una expresión constante e indescifrable para las personas. Había estado tanto tiempo encerrada que los ojos de vidrio no brillaban por la gruesa capa de polvo, y de su vestidito que en su día había sido de un terciopelo aguamarina con los detalles bordados en delicado hilo dorado ahora sólo quedaban los jirones de lo que las polillas aún no habían tenido tiempo para sacar partido.
Sin pensárselo demasiado, sacó la muñeca de su escondite y, no sin esfuerzo, consiguió bajarlas a las dos de ahí arriba sanas y salvas. La niña cogió un trapito y le limpió todo el cuerpo, le buscó un traje nuevo, decidiendo que el que llevaba era bonito pero estaba muy desgastado y hacía que la muñeca luciera triste y le puso en su lugar un alegre vestido de flores de colores y le cepilló el pelo, alisando los rubios ricitos deshechos que solía tener. La invitó a tomar el té y la acunó con ternura como a todos sus muñecos antes de irse a la cama. De haber podido, la muñeca se hubiera sentido realmente agradecida y le hubiera dado las gracias y le hubiera deseado dulces sueños con una sonrisa muy dulce con la que la niña podría haberse sentido protegida.
Desde aquél momento la niña compartió sus risas y sus lágrimas con la muñeca, abrazándose a ella en las noches de tormenta y presumía de ella, orgullosa frente a sus amigas. Pero la muñeca no podía sentir pena cuando la niña lloraba o reía, ni podía devolverle el abrazo tras los temibles rayos y truenos que no escuchaba, ni podía presumir de dueña frente a los demás juguetes, porque desgraciadamente, la muñeca era una muñeca, y no podía sentir nada, y de haber podido seguramente se hubiera sentido muy alegre por su dueña y al mismo tiempo muy triste por no haber podido sentir ni hacer nada. Pero desgraciadamente no podía hacer nada de esto puesto que se trataba de una muñeca, y es bien conocido que los muñecos no sienten, que son sólo objetos.
Y de haber podido, la muñeca hubiera visto cómo las marcas en el marco de la puerta se elevaban muy despacito a medida que la niña crecía y empezaba a perder el interés, muy poquito a poco en todos sus muñecos, centrándose ahora en recibir el ansiado tratamiento de "mujercita" y no de "niña". Y a lo mejor se hubiera sentido triste el día en el que la niña decidió que la muñeca ocupaba un lugar en la cama que tal vez no le correspondía, y hubiera rogado y llorado y pataleado cuando la niña -ahora mujercita- la metió en el baúl con todas sus cosas viejas. Sin embargo la muñeca no se sentía triste, ni podía llorar ni patalear porque, quizás, afortunadamente era una muñeca y es bien conocido que los muñecos no sienten, que son sólo objetos.
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